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Flores para Gandini (Página web del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires)

 

Hace más de cuarenta años que no deja de producir música. Gerardo Gandini fue alumno de Alberto Ginastera, en su Buenos Aires natal, y de Goffredo Petrassi, en Roma. Estudió, también, piano con Pía Sebastiani, Roberto Caamaño e Ivone Loriod, y cuando se combina una formación de lujo con un talento excepcional la fórmula es perfecta. 

Algunos ejemplos de ello, en una producción más que diversa, son las óperas La ciudad ausente, que cuenta con libreto del escritor Ricardo Piglia, o Liederkreis, con libreto de Alejandro Tantanian, que compuso este pianista y director, músico en definitiva, sin duda una de las figuras centrales de la música argentina.

El clásico ciclo de los martes en el Teatro Alvear, con una entrada a tan sólo dos pesos, se ofrece como una oportunidad irrepetible para disfrutar de la calidad de este artista. Que tampoco pasará la noche solo. Acompañado de figuras de la talla del rosarino Fito Páez, o de Guillermo Vadalá, entre otros, llega a la sala del Complejo Teatral de Buenos Aires para hacer paladear al público su última placa: “Flores negras”. Imperdible.

Hoy martes a las 21 horas, Teatro Alvear, Av. Corrientes 1530.Entrada $ 2.

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Flores negras (La Nación)

El choclo, Mimi Pinsón, Nunca tuvo novio, El día después de la lluvia, Flores negras, La última curda, Los pájaros perdidos, Mi desgracia, Malena, Milonga triste (Blue Art/ Epsa Music). 
Al llevar como subtítulo “Postangos en vivo en Rosario, volumen 2” es inevitable que “Flores negras” -la más reciente publicación de Gerardo Gandini- sea comparada con las placas anteriores de “Postangos”; un disco grabado en estudio, en 1996, y en otro en vivo, en 2000. 
Entonces, lo primero que hay que decir es que, en líneas generales, aquí se escucha a un Gandini más tonal, con una enorme capacidad para sintetizar ideas que aparecen al ritmo de su improvisación, y muy inspirado para una interpretación exquisita de los pasajes tangueros más simples y bellos del repertorio que ha elegido. También habrá que suponer que fue seducido por varias melodías (las de “Malena”, “Flores negras”, “Nunca tuvo novio” y “La última curda”, entre otras). 

Gandini “canta”, y muy bien, con los dedos de la mano derecha. Porque la actitud lúdica que había manifestado en los discos anteriores también está presente, pero suena mucho más moderada. 
En las cuestiones estrictamente musicales, difícilmente se puedan refutar algunos conceptos que manifestó acerca de este CD. Dijo que esta vez había sido más despojado respecto de su primer “Postangos”. Aquel había sido provisto de improvisaciones más “virtuosísticas” y referencias a obras del siglo XIX, de autores como Liszt o Chopin. Alcanza con escuchar tres o cuatro temas del nuevo álbum para compartir la opinión del músico. 

Claro que Gandini no ha perdido ciertas “mañas”, si es que alguna acepción de esta palabra puede ser entendida como un elogio. Puede ser un ejemplo la cita “nupcial” de Félix Mendelssohn (convertida con el tiempo en el principal hit de los casorios) que se escucha al final de “Nunca tuvo novio”. O basta recordar la versión de “La cumparsita” del primer disco “postanguero” de Gandini y el modo como interpretó “El choclo” en el concierto de solo piano que quedó registrado para la publicación de este nuevo CD. (Esta grabación fue realizada el 27 de noviembre de 2004, en el Teatro Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque España, de la ciudad de Rosario). 

Aquella versión de “La cumparsita” tiene un enorme valor. Los porcentajes de líneas melódicas y de acordes originales son mínimos. Y aunque no lo fueran, todo está muy bien disfrazado en la catarata de sonidos que Gandini despliega. Sin embargo, “La cumparsita” puede ser reconocible gracias a la acentuación que el músico le da. No fueron la melodía ni la armonía los elementos fundamentales de la versión sino la manera de construir el gesto rítmico. El resultado de este recurso aplicado a la música popular fue sorprendente. 

Fotos de un tango

Esto es comparable a lo que hace con un fragmento de “El choclo”, pieza que decidió grabar por segunda vez en esta serie de discos. En los primeros 40 segundos descuartiza algunas frases. Con gran precisión extrae partes como si recortase fotogramas. Sólo después expone una parte B de modo más o menos tradicional. Lo mejor de todo esto es que no es necesario ser un experto para darse cuenta y disfrutarlo. 

Para seguir con similitudes y diferencias, en este CD el particular modo de Gandini para exponer y reexponer está más vinculado a un orden estructural de los temas. Como ejemplo sirve la introducción de “Nunca tuvo novio”, que, dentro de esa estructura, toma el lugar de una “cadencia” tanguera de piano que preludia el motivo central del tema. 
Las dos piezas que llevan la firma del pianista -la segunda de las cuales tiene varias citas- suenan con una notable melancolía tanguera, aunque no estén ceñidas al género. Son un par de obras que quedan muy bien dentro de este repertorio. Y con “Malena” y “Milonga triste”, dos títulos que reserva para el final de la placa, Gandini alcanza interpretaciones muy emotivas. 

En el resto del repertorio, conformado por temas muy conocidos, se alternan las improvisaciones con ideas que surgen de movimientos repentinos y las que parecen desarrolladas con cierta proyección. ¡Qué ingenioso que es para conseguir el efecto que busca al pasar varias veces por intrépidas escalas que ganan altura en “Los pájaros perdidos”! También esto se hace evidente cuando toma el remate de “La última curda” para sintetizar un trino que luego avanza sobre otros pasajes. 
Entre lo que no se puede afirmar, pero sí suponer, falta sugerir la probabilidad de que Gandini haya cantado o tarareado una y otra vez estas melodías, al menos mentalmente. ¡Y qué lindo las canta, aunque no se escuche su voz! 

Por Mauro Apicella.

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Flores para el tango (Clarín)

Flores negras, segundo volumen grabado en vivo en Rosario y editado por Epsa/BlueArt, es en verdad el tercero de los Postangos de Gerardo Gandini, serie que abrió en 1996 con una grabación en estudio para Testigo. Integrado por diez piezas, el nuevo álbum retoma dos tangos de discos anteriores, El choclo y Nunca tuvo novio, y se completa con Mimí Pinsón, Flores Negras, La última curda, Los pájaros perdidos, Malena, Milonga triste, más dos piezas de Gandini que respectivamente parecen conversaciones a distancia con un preludio y una mazurca de Chopin: El día después de la lluvia y Mi desgracia.

El músico retoma ciertos tangos, las nuevas improvisaciones no siguen las pautas anteriores. De El choclo se conserva cierta velocidad del fraseo, aunque esta segunda versión es todavía más condensada temáticamente. Nunca tuvo novio es ahora una sonata en miniatura, con una exquisita introducción inspirada en el acorde inicial de la pieza y con un pequeño desarrollo central; la suspensión puede establecerse sobre el primer acorde o sobre las dos primeras notas, como el penetrante trino que atraviesa La última curda.

Son distintos acentos sobre un mismo material; los desarrollos provienen del tango mismo, más allá de eventualidades como la expresiva transición wagneriana de Flores Negras. El tango de Francisco De Caro es uno de los grandes momentos de este disco; su interpretación retoma esa forma de escritura polifónica ramificada y madrigalística que caracteriza el piano clásico de Gandini.
“Postangos”: nunca un término tan justo. Las originalísimas interpretaciones de Gandini no sientan las bases para la revitalización de un género; más bien se oyen como afectuosos epitafios.

Por Federico Monjeau.

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Flores negras (Página/12)

El segundo volumen de los Postangos en vivo grabados por Gandini en Rosario no reconoce, necesariamente, una línea de continuidad respecto del primero. El camino que emprende el músico, más que mezclar referencias de tradiciones “cultas” y populares, se introduce en una red de códigos propios que conduce siempre a otro lugar. Así, en la interpretación de temas como El choclo, Malena y Milonga triste, entre otros, están implícitas las influencias de Gandini, perturbando la supuesta inmutabilidad del tango.

Por Diego Fischerman.

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“La música aparece cuando está el público” (Pagina/12)

 Por Diego Fischerman

Le pasó como a otros. Un día, Gerardo Gandini se sorprendió silbando un tango en una calle europea. La vieja música que detestaba en su Villa del Parque natal aparecía sin aviso y, como corresponde a un porteño típico, en la distancia. Desde ese silbido impensado (“tangos antiguos, los que cantaba mi viejo”) a su participación como pianista del último sexteto de Astor Piazzolla y, después, a esas invenciones suyas que llamó Postangos y al Grammy que acaba de ganar –obviamente en la categoría Tango–, su camino ha sido cualquier cosa menos previsible. O quizá se trate de un simple error en las previsiones. De la dificultad, en todo caso, para entender que alguien puede ser varios a la vez. Que el amor y el espanto, como ya se sabe, suelen ser caras de una misma moneda. Que el compositor de una obra maestra como la ópera La ciudad ausente, con libreto de Ricardo Piglia, puede sentirse cómodo improvisando sin guión y que puede decir, como si nada, “me gusta estar con músicos populares; los músicos clásicos, con esa solemnidad que tienen, me aburren”.
Lo que no era previsible para nadie –y menos todavía para él– era el Grammy. “¿Cómo recibí la noticia? Estaba durmiendo”, cuenta Gandini. “Me llamó Vargas –el productor de Postangos en vivo en Rosario, que editó el sello rosarino BlueArt–, me despierta y me dice ‘ganamos’. Yo le pregunto ‘a qué’ y él me cuenta lo del premio. ‘Me podrías haber llamado mañana’, fue lo único que se me ocurrió decirle.” Había, como reconoce el propio músico, candidatos más lógicos que él. No entraba en los cálculos que esos viajes introspectivos, muchas veces oscuros, que Gandini comienza alrededor de algún tango pero que nunca se sabe muy bien adónde ni a través de qué paisajes acabará yendo, terminaran significando el único Grammy argentino de 2004. “Es difícil situarse como un observador externo pero es un premio que me parece, en principio, extraño. Desde afuera, no diría que es un disco para ganar un Grammy. Desde adentro, como músico que lo grabó, me parecería exactamente lo mismo. Y, por otra parte, si yo no estuviera enterado de nada y viera un disco hecho por un sello editorial de Rosario, independiente, y, además, grabado en vivo y sin ningún proceso de estudio, me parecería todavía más raro. Yo pensaba que este premio era un asunto de las multinacionales, que se repartían los premios entre ellos. Es claro que podría ser, también, que se tratara de algún cambio de mentalidad en los jurados. Otros premios podrían hacer pensar eso: lo premiaron al Cigala, que es un tipo que canta raro.”
Uno de los primeros efectos del premio es el interés por parte del Festival de Jazz de Granada, en España. Antes, Gandini viajará por varias partes del país con Ernesto Jodos, otro notable pianista que BlueArt grabó en vivo en el Auditorio del Centro Cultural Parque de España, enfrente del Paraná. Tandil, Mar del Plata y Necochea este fin de semana y, luego, Córdoba, Corrientes y Resistencia, en el Chaco. “En un sentido, podría pensarse que Jodos hace posjazz”, bromea. “Y yo, por otra parte, creo que ya ando por los pos-postangos”, dice. 
“No se trata de la palabra, por supuesto, sino de la manera de encararlo”, es su evaluación. “De hecho, creo que estas improvisaciones han cambiado mucho desde que, por iniciativa de Malveta (Horacio Malvicino), empecé a hacerlas, un poco a imagen y semejanza de algunas de las cosas que tocaba en el grupo de Astor. La diferencia es que lo hacía sobre tangos más antiguos. Ahora, prácticamente son improvisaciones libres donde, de repente, aparece un tema. Cuando toqué La Cumparsita en el Rojas, por ejemplo, se me ocurrió sobre la marcha hacer una especie de tema con variaciones, un poco inspirado en Horacio Salgán. Yo le dije una vez que ese arreglo suyo parecía un tema con variaciones de Brahms y a él le encantó que se lo dijera.” Gandini admira a Salgán, claro. Y también a Keith Jarrett, a Bill Evans (“a quien escuché varias noches en el Village Vanguard de Nueva York, tocando para diez tipos”) y al Mono Villegas, de quien fue amigo. Y ama a Schumann, que amaba al piano y a quien, según Roland Barthes, sólo se puede amar desde el piano. Y, en sus postangos, curiosamente, está cada vez más cerca del silencio. O de la melancolía de sus sonatas para ese instrumento. “Si se escucha el primer disco de los Postangos, que fue grabado en 1995, y éste, grabado en Rosario, son totalmente diferentes”, explica. “El primero es más virtuosístico y está lleno de citas. Ahí aparecen, por ejemplo, Tristán e Isolda de Wagner, la Marcha fúnebre de la segunda Sonata de Chopin. O, por ahí, es que ahora meto otras citas: una canción que cantaba Miguel de Molina (‘ojos verdes, ojos verdes’) y que me quedaba fenómeno en el tango Mimí Pinsón. Y sí, busco más el silencio.” 
El tema de la cita, o las referencias a otras músicas, es para Gandini una cuestión central. No tanto porque estructure su música sobre citas textuales –nunca lo hizo– como por su trabajo consciente con la historicidad del material sonoro. Alguna vez dijo que, después de Proust, era imposible mojar una madalena en el té sin hacer literatura. De la misma manera, el acorde inicial del Tristán será siempre, además de una particular relación de tensión entre sonidos, “el acorde inicial de Tristán”. Improvisar sobre tangos o, más bien, darles vuelta, cercarlos, a veces evitarlos, para dibujar sus contornos a partir del vacío, construirlos y desarmarlos es, también, trabajar con materiales históricos. Con señales. A veces, con conceptos casi literarios, como la mención de la Marcha nupcial en Nunca tuvo novio –mención, por otra parte, que a su vez menciona la de Troilo y Grela–. Sus obras clásicas suelen comentar, de manera velada, apenas reconocible, la historia. Sus improvisaciones populares, también. “Sin embargo –comenta–, tocar una cosa y la otra es totalmente diferente.”
–¿Cuáles son esas diferencias?
–Por empezar, para tocar una obra clásica hay que estudiar como loco. Y para improvisar, no estudio nunca. Yo en casa no toco estas improvisaciones, jamás practico, voy directamente al concierto y, en general, no decido hasta último momento qué es lo que voy a tocar. Keith Jarrett hace lo mismo. La música aparece cuando está el público. Hay mucha ida y vuelta en este asunto. En cuanto a los clásicos, de todas maneras, me están gustando cada vez más las interpretaciones más creativas, los que 
se juegan a hacer lo que tienen ganas, algo así como creaciones a partir de obras dadas. Qué sé yo, cuando toqué las Piezas Op. 11 de Schönberg, por ejemplo, en la segunda traté de enfatizar el aspecto romántico y no la exactitud. No se trata de tocar cualquier cosa, pero en el darle importancia a algún aspecto hay un grado de decisión y de creación que me atrae. 
–¿Hay más placer en una música que en la otra?
–Son placeres distintos. De todas maneras, en el caso de los tangos depende mucho del público. Uno se da cuenta enseguida. Antes de tocar. Hay públicos que no estimulan para que a uno se le ocurra nada. Y hay públicos, como el que tuve en el Festival de Jazz de Rosario, que son extraordinarios. Por eso, por ahí, se me ocurrieron más cosas que otras veces. Pero quién y cómo escucha es fundamental. Una cosa es tocar el piano solo y otra cosa es tocar con gente.
–¿Cómo se imaginó a sí mismo la primera vez que se imaginó como músico?
–Como concertista de piano. Famoso, por supuesto. Después fui dejando de lado esa imagen del concertista e interesándome más en la composición.
–¿Fue una decisión difícil?–No, una cosa estaba ligada a la otra. No sería compositor si no fuera pianista. Es más, tengo una manía. Compongo música en el papel, pero no puedo hacerlo si no tengo el piano cerca.

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Gerardo Gandini lució sus Postangos en el Independencia (Losandes.com.ar)

Por Walter Gazzo 

Gerardo Gandini parece que no tocara el piano, sino que juega con sus teclas de una manera sutil, hasta dispersa se diría. Y puede estar más de veinte minutos tocando tangos a su manera -mezcla clásica con arrabal- sin que nadie se anime ni siquiera a respirar más fuerte que de costumbre.

Esa fue la sensación que existió el viernes en el Independencia, donde el maestro volvió después de mucho tiempo a un escenario mendocino para mostrar en vivo y en directo su último disco, “Postangos”.

Y con esa premisa pasó por ese material de una manera impecable, logrando despertar ovaciones en cada intervalo y mantener a un teatro -lamentablemente casi vacío- atento de una manera espectacular.

Mucho antes, la noche había sido abierta por Tres Atriles, una formación mendocina que se ganó la atención y la admiración de todos con su tango-fusión; y los aplausos estallaron cuando MarianoDalla Torre puso su voz al servicio del tango (especialmente en Malena, que recibió una ovación).

El final mostró a un público satisfecho por la excelente propuesta que desde hacía tiempo había en nuestra cartelera, con un Gandini genial y sensitivo y unos mendocinos que da gusto contar como anfitriones