Por Eduardo Hojman
En este disco de bellísimo título Gandini trabaja con las pausas, con las redondas, con los silencios, con las notas extendidas hasta el paraxismo o hasta la disolución. Todo es lento, metódico, y a la vez ligeramente inquietante, en especial cuando los cambios son tan mínimos, cuestiones de ritmos irregulares o de notas superpuestas, que parecen como si dos o más rumbos disputaran el mismo recorrido. Si el grueso del disco lo ocupan cuatro Piezas sobre Schumann, en las que Gandini reinterpreta, literalmente sin concesiones, al músico de Sajonia, a este centro lo flanquean dos extensas sonatas que planean sobre la misma obstinada, sostenida, flotante atmósfera. El tempo se sugiere y se desmiente, los pedales sostienen las notas hasta que pareciera que la gravedad actuara con ellas. Es esta una música-ensayo, una música-planteo filosófico; su densidad repele toda escucha desatenta; su profundidad exige altísima competencia del oyente. No parece haber espacio ni aire tan arriba.
