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A la marosca (El Intruso)

Paula Shocron es una joven pianista argentina que ha decidido debutar discográficamente con un disco de solo piano basado en composiciones propias y de Thelonious Monk.

Debo reconocer que la primera vez que la escuché fue en un concierto de similares características y que el solo hecho del repertorio elegido me provocó una cierta curiosidad y un incipiente entusiasmo.
La impresión causada en aquel concierto fue potente.
No había mucha gente, pero eso no pareció importarle a la pianista.

En La voz que te lleva, las expectativas propias también fueron grandes; pero generalmente esas expectativas suelen jugar en contra, habida cuenta de que en general en esas situaciones se recibe menos de lo que se espera.
No ha sido el caso.
Como bien apunta Ernesto Jodos en las notas que acompañan al compacto, éste es “el primer álbum de jazz hecho por una instrumentista mujer en este país”. Más allá del valor anecdótico y de haberme preguntado si era conveniente que el debut fuera así, un mano a mano y bien pelado, la Shocron tiene con qué.

Nacida en Rosario en 1980, integró varias agrupaciones: La revancha, El soplo y el Trío de jazz contemporáneo, entre otras. Actualmente posee un cuarteto propio e integra la banda del baterista Pepi Taveira.
Ya en la apertura (un notable Vuelve viento) queda claro que estamos frente a una pianista de jazz. Pero a continuación, en Caleidoscopio asoman otras vertientes; pueden adivinarse (más que adivinarse… están ahí) influencias clásicas y también folclóricas.
La pianista se revela no sólo como una muy buena instrumentista, sino también con una interesante perspectiva compositiva.
Y aunque parezca un desatino, es en la trilogía Monkiana donde queda esto plenamente manifiesto.

Las lecturas que realiza Shocron, en particular de Monk’s mood y Evidence, son no solamente interesantes, sino que se sumerge en el mundo de Monk pero termina apropiándose de esas composiciones que (no) le son ajenas.
La pianista posee gran ductilidad, una mano derecha veloz y una izquierda potente; me vienen a la mente Mary Lou Williams y más acá en el tiempo Jessica Williams (escuchen El golpe –ahí parece estar todo- y me cuentan); pero que quede claro que hay una forma y un estilo personales y que afortunadamente parecen estar en pleno desarrollo.

Hay un problema que puede crearse a partir de este disco y es lo difícil que va a resultarme imaginarla en otro formato que no sea en este diálogo personal con su instrumento, una real extensión de su cuerpo, incluso en Coda, notable cierre percusivo del compacto.
Hay pirotecnia, hay pausa, hay ductilidad, un estilo y un lenguaje.
Una fuerte personalidad.
Una realidad auspiciosa y un futuro tremendo.
La Shocron parece saber lo que quiere transmitir.
Y la jodida, además, lo logra.

Calificación: A la marosca.

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Entrevista con Paula Shocron (Clarín)

“Monk es mi segundo papá”

La voz de mi abuela impulsó mi inmersión en el mundo de la música. Desde chiquita sacaba canciones e improvisaba melodías que mi mamá anotaba en un cuadernito. Así lo cuenta Paula Shocron, la pianista rosarina de 25 años —hoy instalada en Buenos Aires —, antes de presentar su primer disco solista en Notorious, mañana y el 7 de julio. “Por eso, mi disco La voz que te lleva está dedicado a mi abuela Olga. Ella y mi abuelo venían a casa, tocaban el piano y cantaban”, completa.

En las notas del disco, Ernesto Jodos señala que no es frecuente que un pianista se lance con un primer disco en solitario, ¿qué la llevó a tomar esa decisión? “Me siento muy cómoda a solas con el instrumento. El formato solista me da la libertad de decidir en todo momento el juego. Además, no me intimidan lo técnico: al tocar confío en que la técnica que aprendí funciona y va a operar; estoy ahí para pasarla bien, para jugar y bailar con el piano”.

En La voz que te lleva, Shocron revela su admiración por Thelonious Monk. La idea del silencio como motor del ritmo y un sonido punzante aparecen tanto en las relecturas que Shocron ofrece de Off minor, Monk’s mood y Evidence, como en el repertorio de su autoría. En Off minor, Shocron profundiza la monkiana manera de desarticular las frases y, por vía de un desarrollo brahmsiano, da rienda suelta a un obsesivo juego de repeticiones y variaciones de motivo y acordes. El impulso rítmico de Shocron no desaparece nunca y un grupo de notas repetidas, de gran condensación rítmica, se yuxtapone al momento de mayor lirismo de Monk’s mood. “Los temas de Monk son atemporales”, explica. “Monk era sobrehumano y yo lo considero mi segundo papá. Pero más allá de mi contacto natural con su música, estudiar composición me abrió la cabeza: no soy la misma después de haber aprendido historia, del canto gregoriano hasta la música de John Cage y Morton Feldman. Reconozco que en mi relación con la música académica no hay naturalidad: estudié y después traté de imitar lo que había entendido. Pero con el jazz el proceso fue al revés: el estilo lo aprendí mucho después de haber gastado horas jugando en el instrumento. No fui a una escuela de música popular, ni aprendí el estilo de nadie hasta que no tuve algo propio”.

El último tema de La voz que te lleva es una improvisación sobre el encordado del piano; una improvisación con palillos en la que el ritmo y la caja de resonancia son protagónicos. “Una vez en el teatro, mientras grababa el disco, se me ocurrió improvisar sobre las cuerdas; como no había llevado ninguna baqueta, me armaron una para que me diera el gusto de jugar”, cuenta.

Por Sandra de la Fuente.

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“Tiene qué decir” (Página/12)

Con un estilo en el que el detalle en las articulaciones, los contrastes entre pequeños matices, la tensión entre lo ligado y lo staccato y la imaginación en las subdivisiones rítmicas resultan esenciales, la pianista Paula Shocron confirma, en este CD solista, su ubicación entre los principales músicos actuales de jazz argentino y demuestra que tiene qué decir, tanto en temas propios –brillantes Vuelve viento y La voz que te lleva– como en versiones sumamente creativas de clásicos como Evidence, de Monk.

Por Diego Fischerman

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Despliegue de pasión y carácter (jazzreview.com)

En su debut como solista en Notorius Café, Paula Shocron se sentó frente al piano con un aire de seguridad y una botella con agua a sus pies -de la cual ella tomo frecuentemente. Su forma de tocar, al igual que la vida, fue impredecible. El estilo fue, en un primer momento, sin estructura, sentimientos crudos filtrados en su instrumento. Ya sea que representara la mente de una joven rebelde o el valiente, furioso impulso de una ciudad en las orillas, parecía ser energía espontánea que fluía de un extremo al otro.Y con igual espontaneidad Paula por momentos descendía sin esfuerzos en una cascada que recordaba el estilo de George Benson; un dia de invierno, una lluvia de verano o una rápida y sencilla caminata por el barrio Lower East Side de Nueva York. El publico fue entusiasta; permaneció atento a lo que escuchaba y le dio a la joven de 25 años un fuerte aplauso en premio de su esfuerzo. Ella toco dos sets, cada uno de los cuales tuvo su propio estilo y melodía. Fue casi como escuchar a dos músicos diferentes; el primero de vanguardia, el segundo mas estructurado, desde el punto de vista melódico.

Nacida en Rosario, Argentina, Paula creció con los sonidos del folklore. Pero ella me dijo después del concierto que su vida cambio radicalmente después de escuchar una grabación de Duke Ellington, y el jazz ha estado con ella desde entonces. Aun con todos sus cambios de estilo, lo cual delata que todavía está evolucionando, sus técnicas y habilidades son claramente abundates.

Ella despliega pasión y carácter en sus interpretaciones, lo cual la convierte en un artista digna de atención de cualquier amante del piano.

Su última grabación, La Voz que te lleva, esta disponible en el sello BlueArt (www.blueart.com.ar).

* Publicado en inglés en: http://www.jazzreview.com/article/review-4347.html

Traducción: César Seveso

Por Brie Austin.

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Una propuesta de las más fuertes (La Nación)

La pianista rosarina Paula Shocrón acaba de lanzar su primer trabajo y, como bien escribió Ernesto Jodos en el cuadernillo del disco, “no es común que el primer disco de un pianista de jazz sea en solitario”, sin embargo, la artista se lanza a este desafío con una brillantez madura, un andar seguro y un estilo en pleno proceso de consolidación. En su música hay vestigios de Fred Hersch y algo del mundo de Mehldau que asoman en la forma de interpretar de esta pianista que se luce por su fuerza como compositora. La música clásica, pilar en su formación, le permite sostener un basamento sólido desde el cual salta al jazz con capacidad técnica e inteligencia armónica. Sobresalen las relecturas que hizo sobre tres temas de Monk. Una propuesta de las más fuertes de los últimos tiempos en materia discográfica.

Por César Pradines

 

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Flores para Gandini (Página web del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires)

 

Hace más de cuarenta años que no deja de producir música. Gerardo Gandini fue alumno de Alberto Ginastera, en su Buenos Aires natal, y de Goffredo Petrassi, en Roma. Estudió, también, piano con Pía Sebastiani, Roberto Caamaño e Ivone Loriod, y cuando se combina una formación de lujo con un talento excepcional la fórmula es perfecta. 

Algunos ejemplos de ello, en una producción más que diversa, son las óperas La ciudad ausente, que cuenta con libreto del escritor Ricardo Piglia, o Liederkreis, con libreto de Alejandro Tantanian, que compuso este pianista y director, músico en definitiva, sin duda una de las figuras centrales de la música argentina.

El clásico ciclo de los martes en el Teatro Alvear, con una entrada a tan sólo dos pesos, se ofrece como una oportunidad irrepetible para disfrutar de la calidad de este artista. Que tampoco pasará la noche solo. Acompañado de figuras de la talla del rosarino Fito Páez, o de Guillermo Vadalá, entre otros, llega a la sala del Complejo Teatral de Buenos Aires para hacer paladear al público su última placa: “Flores negras”. Imperdible.

Hoy martes a las 21 horas, Teatro Alvear, Av. Corrientes 1530.Entrada $ 2.

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Flores negras (La Nación)

El choclo, Mimi Pinsón, Nunca tuvo novio, El día después de la lluvia, Flores negras, La última curda, Los pájaros perdidos, Mi desgracia, Malena, Milonga triste (Blue Art/ Epsa Music). 
Al llevar como subtítulo “Postangos en vivo en Rosario, volumen 2” es inevitable que “Flores negras” -la más reciente publicación de Gerardo Gandini- sea comparada con las placas anteriores de “Postangos”; un disco grabado en estudio, en 1996, y en otro en vivo, en 2000. 
Entonces, lo primero que hay que decir es que, en líneas generales, aquí se escucha a un Gandini más tonal, con una enorme capacidad para sintetizar ideas que aparecen al ritmo de su improvisación, y muy inspirado para una interpretación exquisita de los pasajes tangueros más simples y bellos del repertorio que ha elegido. También habrá que suponer que fue seducido por varias melodías (las de “Malena”, “Flores negras”, “Nunca tuvo novio” y “La última curda”, entre otras). 

Gandini “canta”, y muy bien, con los dedos de la mano derecha. Porque la actitud lúdica que había manifestado en los discos anteriores también está presente, pero suena mucho más moderada. 
En las cuestiones estrictamente musicales, difícilmente se puedan refutar algunos conceptos que manifestó acerca de este CD. Dijo que esta vez había sido más despojado respecto de su primer “Postangos”. Aquel había sido provisto de improvisaciones más “virtuosísticas” y referencias a obras del siglo XIX, de autores como Liszt o Chopin. Alcanza con escuchar tres o cuatro temas del nuevo álbum para compartir la opinión del músico. 

Claro que Gandini no ha perdido ciertas “mañas”, si es que alguna acepción de esta palabra puede ser entendida como un elogio. Puede ser un ejemplo la cita “nupcial” de Félix Mendelssohn (convertida con el tiempo en el principal hit de los casorios) que se escucha al final de “Nunca tuvo novio”. O basta recordar la versión de “La cumparsita” del primer disco “postanguero” de Gandini y el modo como interpretó “El choclo” en el concierto de solo piano que quedó registrado para la publicación de este nuevo CD. (Esta grabación fue realizada el 27 de noviembre de 2004, en el Teatro Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque España, de la ciudad de Rosario). 

Aquella versión de “La cumparsita” tiene un enorme valor. Los porcentajes de líneas melódicas y de acordes originales son mínimos. Y aunque no lo fueran, todo está muy bien disfrazado en la catarata de sonidos que Gandini despliega. Sin embargo, “La cumparsita” puede ser reconocible gracias a la acentuación que el músico le da. No fueron la melodía ni la armonía los elementos fundamentales de la versión sino la manera de construir el gesto rítmico. El resultado de este recurso aplicado a la música popular fue sorprendente. 

Fotos de un tango

Esto es comparable a lo que hace con un fragmento de “El choclo”, pieza que decidió grabar por segunda vez en esta serie de discos. En los primeros 40 segundos descuartiza algunas frases. Con gran precisión extrae partes como si recortase fotogramas. Sólo después expone una parte B de modo más o menos tradicional. Lo mejor de todo esto es que no es necesario ser un experto para darse cuenta y disfrutarlo. 

Para seguir con similitudes y diferencias, en este CD el particular modo de Gandini para exponer y reexponer está más vinculado a un orden estructural de los temas. Como ejemplo sirve la introducción de “Nunca tuvo novio”, que, dentro de esa estructura, toma el lugar de una “cadencia” tanguera de piano que preludia el motivo central del tema. 
Las dos piezas que llevan la firma del pianista -la segunda de las cuales tiene varias citas- suenan con una notable melancolía tanguera, aunque no estén ceñidas al género. Son un par de obras que quedan muy bien dentro de este repertorio. Y con “Malena” y “Milonga triste”, dos títulos que reserva para el final de la placa, Gandini alcanza interpretaciones muy emotivas. 

En el resto del repertorio, conformado por temas muy conocidos, se alternan las improvisaciones con ideas que surgen de movimientos repentinos y las que parecen desarrolladas con cierta proyección. ¡Qué ingenioso que es para conseguir el efecto que busca al pasar varias veces por intrépidas escalas que ganan altura en “Los pájaros perdidos”! También esto se hace evidente cuando toma el remate de “La última curda” para sintetizar un trino que luego avanza sobre otros pasajes. 
Entre lo que no se puede afirmar, pero sí suponer, falta sugerir la probabilidad de que Gandini haya cantado o tarareado una y otra vez estas melodías, al menos mentalmente. ¡Y qué lindo las canta, aunque no se escuche su voz! 

Por Mauro Apicella.

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Flores para el tango (Clarín)

Flores negras, segundo volumen grabado en vivo en Rosario y editado por Epsa/BlueArt, es en verdad el tercero de los Postangos de Gerardo Gandini, serie que abrió en 1996 con una grabación en estudio para Testigo. Integrado por diez piezas, el nuevo álbum retoma dos tangos de discos anteriores, El choclo y Nunca tuvo novio, y se completa con Mimí Pinsón, Flores Negras, La última curda, Los pájaros perdidos, Malena, Milonga triste, más dos piezas de Gandini que respectivamente parecen conversaciones a distancia con un preludio y una mazurca de Chopin: El día después de la lluvia y Mi desgracia.

El músico retoma ciertos tangos, las nuevas improvisaciones no siguen las pautas anteriores. De El choclo se conserva cierta velocidad del fraseo, aunque esta segunda versión es todavía más condensada temáticamente. Nunca tuvo novio es ahora una sonata en miniatura, con una exquisita introducción inspirada en el acorde inicial de la pieza y con un pequeño desarrollo central; la suspensión puede establecerse sobre el primer acorde o sobre las dos primeras notas, como el penetrante trino que atraviesa La última curda.

Son distintos acentos sobre un mismo material; los desarrollos provienen del tango mismo, más allá de eventualidades como la expresiva transición wagneriana de Flores Negras. El tango de Francisco De Caro es uno de los grandes momentos de este disco; su interpretación retoma esa forma de escritura polifónica ramificada y madrigalística que caracteriza el piano clásico de Gandini.
“Postangos”: nunca un término tan justo. Las originalísimas interpretaciones de Gandini no sientan las bases para la revitalización de un género; más bien se oyen como afectuosos epitafios.

Por Federico Monjeau.

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Flores negras (Página/12)

El segundo volumen de los Postangos en vivo grabados por Gandini en Rosario no reconoce, necesariamente, una línea de continuidad respecto del primero. El camino que emprende el músico, más que mezclar referencias de tradiciones “cultas” y populares, se introduce en una red de códigos propios que conduce siempre a otro lugar. Así, en la interpretación de temas como El choclo, Malena y Milonga triste, entre otros, están implícitas las influencias de Gandini, perturbando la supuesta inmutabilidad del tango.

Por Diego Fischerman.

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“La música aparece cuando está el público” (Pagina/12)

 Por Diego Fischerman

Le pasó como a otros. Un día, Gerardo Gandini se sorprendió silbando un tango en una calle europea. La vieja música que detestaba en su Villa del Parque natal aparecía sin aviso y, como corresponde a un porteño típico, en la distancia. Desde ese silbido impensado (“tangos antiguos, los que cantaba mi viejo”) a su participación como pianista del último sexteto de Astor Piazzolla y, después, a esas invenciones suyas que llamó Postangos y al Grammy que acaba de ganar –obviamente en la categoría Tango–, su camino ha sido cualquier cosa menos previsible. O quizá se trate de un simple error en las previsiones. De la dificultad, en todo caso, para entender que alguien puede ser varios a la vez. Que el amor y el espanto, como ya se sabe, suelen ser caras de una misma moneda. Que el compositor de una obra maestra como la ópera La ciudad ausente, con libreto de Ricardo Piglia, puede sentirse cómodo improvisando sin guión y que puede decir, como si nada, “me gusta estar con músicos populares; los músicos clásicos, con esa solemnidad que tienen, me aburren”.
Lo que no era previsible para nadie –y menos todavía para él– era el Grammy. “¿Cómo recibí la noticia? Estaba durmiendo”, cuenta Gandini. “Me llamó Vargas –el productor de Postangos en vivo en Rosario, que editó el sello rosarino BlueArt–, me despierta y me dice ‘ganamos’. Yo le pregunto ‘a qué’ y él me cuenta lo del premio. ‘Me podrías haber llamado mañana’, fue lo único que se me ocurrió decirle.” Había, como reconoce el propio músico, candidatos más lógicos que él. No entraba en los cálculos que esos viajes introspectivos, muchas veces oscuros, que Gandini comienza alrededor de algún tango pero que nunca se sabe muy bien adónde ni a través de qué paisajes acabará yendo, terminaran significando el único Grammy argentino de 2004. “Es difícil situarse como un observador externo pero es un premio que me parece, en principio, extraño. Desde afuera, no diría que es un disco para ganar un Grammy. Desde adentro, como músico que lo grabó, me parecería exactamente lo mismo. Y, por otra parte, si yo no estuviera enterado de nada y viera un disco hecho por un sello editorial de Rosario, independiente, y, además, grabado en vivo y sin ningún proceso de estudio, me parecería todavía más raro. Yo pensaba que este premio era un asunto de las multinacionales, que se repartían los premios entre ellos. Es claro que podría ser, también, que se tratara de algún cambio de mentalidad en los jurados. Otros premios podrían hacer pensar eso: lo premiaron al Cigala, que es un tipo que canta raro.”
Uno de los primeros efectos del premio es el interés por parte del Festival de Jazz de Granada, en España. Antes, Gandini viajará por varias partes del país con Ernesto Jodos, otro notable pianista que BlueArt grabó en vivo en el Auditorio del Centro Cultural Parque de España, enfrente del Paraná. Tandil, Mar del Plata y Necochea este fin de semana y, luego, Córdoba, Corrientes y Resistencia, en el Chaco. “En un sentido, podría pensarse que Jodos hace posjazz”, bromea. “Y yo, por otra parte, creo que ya ando por los pos-postangos”, dice. 
“No se trata de la palabra, por supuesto, sino de la manera de encararlo”, es su evaluación. “De hecho, creo que estas improvisaciones han cambiado mucho desde que, por iniciativa de Malveta (Horacio Malvicino), empecé a hacerlas, un poco a imagen y semejanza de algunas de las cosas que tocaba en el grupo de Astor. La diferencia es que lo hacía sobre tangos más antiguos. Ahora, prácticamente son improvisaciones libres donde, de repente, aparece un tema. Cuando toqué La Cumparsita en el Rojas, por ejemplo, se me ocurrió sobre la marcha hacer una especie de tema con variaciones, un poco inspirado en Horacio Salgán. Yo le dije una vez que ese arreglo suyo parecía un tema con variaciones de Brahms y a él le encantó que se lo dijera.” Gandini admira a Salgán, claro. Y también a Keith Jarrett, a Bill Evans (“a quien escuché varias noches en el Village Vanguard de Nueva York, tocando para diez tipos”) y al Mono Villegas, de quien fue amigo. Y ama a Schumann, que amaba al piano y a quien, según Roland Barthes, sólo se puede amar desde el piano. Y, en sus postangos, curiosamente, está cada vez más cerca del silencio. O de la melancolía de sus sonatas para ese instrumento. “Si se escucha el primer disco de los Postangos, que fue grabado en 1995, y éste, grabado en Rosario, son totalmente diferentes”, explica. “El primero es más virtuosístico y está lleno de citas. Ahí aparecen, por ejemplo, Tristán e Isolda de Wagner, la Marcha fúnebre de la segunda Sonata de Chopin. O, por ahí, es que ahora meto otras citas: una canción que cantaba Miguel de Molina (‘ojos verdes, ojos verdes’) y que me quedaba fenómeno en el tango Mimí Pinsón. Y sí, busco más el silencio.” 
El tema de la cita, o las referencias a otras músicas, es para Gandini una cuestión central. No tanto porque estructure su música sobre citas textuales –nunca lo hizo– como por su trabajo consciente con la historicidad del material sonoro. Alguna vez dijo que, después de Proust, era imposible mojar una madalena en el té sin hacer literatura. De la misma manera, el acorde inicial del Tristán será siempre, además de una particular relación de tensión entre sonidos, “el acorde inicial de Tristán”. Improvisar sobre tangos o, más bien, darles vuelta, cercarlos, a veces evitarlos, para dibujar sus contornos a partir del vacío, construirlos y desarmarlos es, también, trabajar con materiales históricos. Con señales. A veces, con conceptos casi literarios, como la mención de la Marcha nupcial en Nunca tuvo novio –mención, por otra parte, que a su vez menciona la de Troilo y Grela–. Sus obras clásicas suelen comentar, de manera velada, apenas reconocible, la historia. Sus improvisaciones populares, también. “Sin embargo –comenta–, tocar una cosa y la otra es totalmente diferente.”
–¿Cuáles son esas diferencias?
–Por empezar, para tocar una obra clásica hay que estudiar como loco. Y para improvisar, no estudio nunca. Yo en casa no toco estas improvisaciones, jamás practico, voy directamente al concierto y, en general, no decido hasta último momento qué es lo que voy a tocar. Keith Jarrett hace lo mismo. La música aparece cuando está el público. Hay mucha ida y vuelta en este asunto. En cuanto a los clásicos, de todas maneras, me están gustando cada vez más las interpretaciones más creativas, los que 
se juegan a hacer lo que tienen ganas, algo así como creaciones a partir de obras dadas. Qué sé yo, cuando toqué las Piezas Op. 11 de Schönberg, por ejemplo, en la segunda traté de enfatizar el aspecto romántico y no la exactitud. No se trata de tocar cualquier cosa, pero en el darle importancia a algún aspecto hay un grado de decisión y de creación que me atrae. 
–¿Hay más placer en una música que en la otra?
–Son placeres distintos. De todas maneras, en el caso de los tangos depende mucho del público. Uno se da cuenta enseguida. Antes de tocar. Hay públicos que no estimulan para que a uno se le ocurra nada. Y hay públicos, como el que tuve en el Festival de Jazz de Rosario, que son extraordinarios. Por eso, por ahí, se me ocurrieron más cosas que otras veces. Pero quién y cómo escucha es fundamental. Una cosa es tocar el piano solo y otra cosa es tocar con gente.
–¿Cómo se imaginó a sí mismo la primera vez que se imaginó como músico?
–Como concertista de piano. Famoso, por supuesto. Después fui dejando de lado esa imagen del concertista e interesándome más en la composición.
–¿Fue una decisión difícil?–No, una cosa estaba ligada a la otra. No sería compositor si no fuera pianista. Es más, tengo una manía. Compongo música en el papel, pero no puedo hacerlo si no tengo el piano cerca.